Una pesadilla por momentos. Paz absoluta en otros.
¿Cómo sería una semana sin teléfono móvil?
Os adelantamos que es una experiencia bastante dura.

Ni WhatsApp, Google Maps, Pokémon Go…
16/08/2016.- El día que me metí a la ducha con el smartphone supe que tenía un problema. Como no quería ir a una clínica de desintoxicación, pensé que lo mejor sería hacer terapia por mi cuenta.
«¿Por qué no intentas estar una semana sin móvil?», me recomendó una amiga. Una semana. Sí, pensé, es el tiempo suficiente para recuperar mi vida sin que me vuelva loca.
Así que me puse manos a la obra. Lo primero que hice fue avisar a mis contactos por Facebook: «Voy a estar toda la semana sin móvil, así que para cualquier cosa (lo de utilizar la palabra emergencia me parecía excesivo) podréis encontrarme en el fijo. Dejadme un mensaje de contestador y os responderé, o si no, leeré periódicamente mi correo y abriré mi Facebook, Twitter e Instagram desde el ordenador. No podré luchar en ningún Pokegimnasio».
Y así empezó mi semana.
Puedo decir que entre semana no fue muy duro. Empecé a reutilizar mi despertador. Rescaté mi MP3 del cajón de sastre y escuché las canciones que tenía allí almacenadas desde hacía un siglo para los viajes en Metro, para andar por la calle…
También le di a la lectura. Los tiempos muertos en los que normalmente sacaba mi smartphone los pasé mirando al infinito, leyendo o escuchando a Cher (sí, ya os he dicho que las canciones eran viejunas y ahora ya sabéis que mis gustos musicales son… raros).

Tuve que esperar 30 minutos porque no pude pedir un Cabify. Ni un Uber.
Además, me hice mucho más sociable. Preguntaba por la calle el sitio al que quería ir si me despistaba (en lugar de abrir Google Maps en mi móvil), esperé hasta 30 minutos para coger un taxi (sin mis amadas aplicaciones de Cabify, Uber o Mytaxi la vida es muy dura) y pregunté a la dependienta del supermercado qué tipo de arroz era el mejor para cocinar un arroz caldoso (en lugar de consultarlo en Google).
Lo más duro fue el fin de semana.
Dispuesta a mantener mi reto activo, utilicé Facebook para quedar con mis amigos. Perfecto. Cerrar el sitio y la hora fue fácil. Llegar también. Lo peor fueron las dos horas que tuve que esperar a que alguien apareciera.
«Intentamos avisarte del retraso pero no podíamos ponernos en contacto contigo«, se disculpó una de ellas. No me molestó mucho, porque escuchar las canciones de Operación Triunfo (sí, también están en mi MP3) mientras me tomaba unas cañas sola fue una experiencia más placentera de lo que hubiera pensado.
Me molestó más que mis amigos consultaran constantemente sus móviles o que comentaran que en aquella mesa de allí hay un Pikachu. Cada vez que cazaban un Pokémon nuevo yo me pedía una caña.

Pensé en usar el Walkman, pero me parecía demasiado.
La vuelta a casa fue algo dramática.
Esperé al autobús durante más de 45 minutos. Al principio pensé que el problema iba a ser que sin mi aplicación no podría averiguar cuánto iba a tardar en llegar el bus de mi línea. Pero hay gente muy amable que lo buscó por mí. El problema volvió a ser el de los taxis: todos iban llenos y yo no tenía mis aplicaciones para pedir uno.
Por si fuera poco, de pronto empezó a diluviar, algo que no pude predecir porque claro, ¡¡no tenía móvil para predecirlo!!
El domingo amanecí muy tarde y con un dolor de cabeza espantoso. Aproveché para pedir comida a domicilio (desde el ordenador) y ver series de bajo contenido cerebral (Netflix).
Por la noche encendí mi smartphone: 578 mensajes de 25 chats, 21 llamadas perdidas y 3 SMS (de promoción). Me agobié un poco: tardé un par de horas en ponerme al día.
¿Era más feliz sin mi móvil? Pensé. Llamé por WhatsApp a Carlos, que estaba en Londres. No, pensé después, mi móvil me facilita la vida porque me acerca a mis seres queridos. Inmediatamente después activé la alarma del día siguiente y me quedé dormida.
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