Analizamos junto con una socióloga el impacto de las apps de mensajería instantánea
WhatsApp: La app que cambió nuestras vidas
«Más que de adicción, deberíamos hablar de hábitos, costumbres u obligaciones sociales», explica Amparo Lasén, profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Hace unos que WhatsApp llegó a nuestras vidas y no tiene intención de irse.
Pocos avances tecnológicos han influido tanto en nuestro día a día como el teléfono móvil. Esencial para la mayor parte de la población, no solo nos permite estar conectados las 24 horas del día y desde cualquier lugar, sino que ha modificado la forma en que nos comunicamos. La ha potenciado, especialmente, por las aplicaciones de mensajería instantánea.
WhatsApp es, sin duda, el máximo exponente de este compendio de herramientas llamadas a apartar a un lado a las clásicas llamadas de voz de toda la vida y que, de una forma o de otra, han condicionado nuestro comportamiento.
Para empezar, la aplicación de Jan Koum ha logrado que personas que inicialmente no hubieran sido usuarios de un smartphone, hayan dado este paso por culpa de la exclusión social que se genera a la hora de comunicarse y organizar planes con el resto de contactos si no se dispone de esta aplicación.
WhatsApp ha jubilado a los SMS como forma de comunicación interpersonal
Por otra parte, WhatsApp ha acelerado la jubilación de los SMS, hoy en día relegados, prácticamente, a los avisos del banco o reservas de restaurantes; y ha conseguido erigirse como un claro enemigo de los operadores al ser responsable, junto con servicios como Skype, del descenso en el tráfico de voz. Una tendencia que se acentuará con la llegada de las llamadas por VoIP a la plataforma.
A nivel social, esta app se ha puesto en el punto de mira de los medios de comunicación y de determinados sectores del mundo de la salud al considerar a WhatsApp como uno de las principales razones de la adicción (en especial de los más jóvenes) al teléfono móvil.
Según la socióloga Amparo Lasén, más que de adicción a WhatsApp, «de lo que estamos hablando es de hábitos, costumbres u obligaciones sociales»
Según Amparo Lasén, profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid e integrante experta en telefonía móvil del grupo de investigación complutense Sociología Ordinaria, «el término adicción referido a los hábitos de comunicación digital está teniendo mucho éxito aupado por los medios y su tendencia a crear pánicos morales sobre todo en relación a los jóvenes. Pero si nos tomamos los términos en serio y con rigor, de lo que estamos hablando es de hábitos, costumbres u obligaciones sociales y no de adicciones, que se darían sólo en ciertos casos extremos y patológicos».
¿Dependemos de estas herramientas? Sí, pero con matices: «Igual que muchos dependen de sus vehículos y aún muchos más dependemos de nuestros electrodomésticos. Yo no diría que estoy adicta a mi nevera o a mi lavadora, pero está claro que si no funcionan o no puedo usarlas, mi vida se volvería mucho más complicada y mi humor se asemejaría quizás a alguien con síndrome de abstinencia. A veces se usa el término adicción para estigmatizar usos considerados excesivos de ciertos colectivos (especialmente el de los jóvenes) cuyos usos no están asociados a causas nobles como el trabajo (siempre que he viajado en el puente aéreo o en el Ave a las horas de ejecutivos encuentro fascinante los usos del móvil que observo en ellos, que seguro tienen unos tiempos de uso pasmoso, pero rara vez leemos que se les considere adictos)», explica Lasén.

¿Tenemos dependencia de WhatsApp? La socióloga Amparo Lasén resta importancia y lo equipara a la necesidad de recurrir a otros muchos objetos cotidianos.
WhatsApp, ¿una nueva forma de control?
Aspectos como la última hora de conexión, la llegada del polémico doble check azul o la posibilidad de intercambiar material gráfico al momento (con lo bueno y malo que conlleva), han favorecido que WhatsApp y otras aplicaciones se hayan convertido en una nueva forma de control y una herramienta más para el maltrato.
«Usamos las tecnologías de la información y la comunicación TIC) para comunicarnos y coordinarnos; y usamos estas mediaciones para hacer lo mismo que hacíamos: hablar, informarnos, consultar información, organizarnos en los distintos aspectos de nuestra vida diaria,realizar tareas, quedar, cotillear, divertirnos y entretenernos, y también, claro, controlarnos, vigilarnos, agobiarnos y amenazarnos, que son todos registros de la comunicación humana y aspectos de nuestra vida cotidiana y relaciones. Así que, evidentemente, toda forma de comunicación a distancia puede ser una forma de control y vigilancia, más aún en el caso de los dispositivos digitales que guardan inscripciones de nuestras comunicaciones, nuestras redes, la frecuencia de nuestros mensajes e interacciones, nuestra localización, etc».

El doble check en azul de WhatsApp puede llegar a poner límites a la autonomía e independencia.
La socióloga añade que «esto se hace aún más agudo en aquellas relaciones en las que hemos ido equiparando intimidad y confianza con transparencia, como entre padres e hijos o entre miembros de una misma pareja. Si no reconocemos el derecho a la privacidad del otro, está claro que estas formas de comunicación favorecen la vigilancia y limitan la pretensión a la autonomía y la independencia que parecían implicar los dispositivos personales móviles como el teléfono móvil».
Al final, como suele ocurrir en estos casos en los que nuevas tecnologías ganan peso en la sociedad, todo se puede reducir a una frase muy clara lanzada por Lasén: «El infierno son los demás».
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