Hoy por hoy, no hay evidencia de que estos dispositivos sean perjudiciales
Móviles y cáncer: Una relación que viene de largo
Habría que preocuparse más por el mal uso que hacemos de esta tecnología; sobre todo al volante.

Es sorprendente la facilidad con la que algunos crean alarma social aprovechándose del desconocimiento y miedo.
El Día Mundial contra el Cáncer es una jornada para la esperanza, pero también para afrontar unas cifras terriblemente duras: esta enfermedad, la que más vidas se cobra en el planeta (y que lleva con nosotros desde hace milenios), matará a más de ocho millones de personas en 2016.
Precisamente, será este año cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé emitir un informe en el que se analicen los riesgos que pueden suponer para la salud los teléfonos móviles y las antenas de telefonía.
Esta relación, la del cáncer y los dispositivos móviles, viene de lejos, y no son pocos los artículos y asociaciones que invitan al alarmismo sobre los supuestos perjuicios que tienen las ondas electromagnéticas emitidas por los terminales y antenas sobre nuestra salud en general y, más concretamente, el teórico incremento en las posibilidades de sufrir un tumor cerebral a causa de la exposición a las mismas.
La realidad, sin embargo, es bien distinta. No existe a día de hoy consenso en la comunidad científica a este respecto. Es más, por mucho que algunos se empeñen en decir lo contrario, no hay ningún indicio que demuestre que los teléfonos móviles o las antenas de telefonía puedan llegar a producir cáncer.
«No hemos encontrado ninguna evidencia de un incremento del riesgo de sufrir un tumor cerebral u otra forma de cáncer por culpa de la radiación que emiten los teléfonos móviles», explicó hace unos pocos meses el doctor John Boice, presidente del Consejo Nacional de Protección y Medidas contra la Radiación de Estados Unidos.
De dónde viene el miedo
Frecuencias radioeléctricas. Estas son, en teoría, las causantes de que podamos sufrir un cáncer en el cerebro.
Sin embargo, hay que aclarar que se trata de formas de radiación ‘no ionizantes’; es decir, que a diferencia de otras, como las que recibimos al hacernos un escáner o una radiografía, no contienen la suficiente energía para alterar el ADN, que es, a fin de cuentas, lo que explica la aparición de los tumores.
Las ondas que emiten los móviles y las antenas se engloban en la misma categoría que las de la radio o las de los microondas. Evidentemente, a nadie le apetece vivir con la cara pegada a un horno microondas, pero su intensidad es tan baja que el efecto sobre el cuerpo humano es nulo. O al menos, no se ha podido demostrar lo contrario.
Menos miedo a la radiación, más prudencia al volante
El propio doctor Boice alerta sobre una realidad: «la gente debería centrarse más en no hablar o enviar mensajes cuando estamos conduciendo«.
Claro que hay que permanecer atento a lo que la OMS tenga que decir respecto al perjuicio que las ondas que emiten estos dispositivos pueden tener sobre nuestra salud, pero antes convendría aprender a usar esta tecnología correctamente.
Y no solo al volante, sino también mientras caminamos y estamos con otras personas.
Fuente: Consumer Reports
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